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La natación en aguas abiertas es un desafío que combina resistencia física, técnica y capacidad de adaptación. Sin embargo, no todas las aguas abiertas son iguales. Mientras que nadar en lagos o ríos ofrece cierta calma, el mar plantea escenarios mucho más complejos, donde entran en juego factores como el oleaje, las corrientes o incluso la fauna marina.
En este artículo exploramos las principales diferencias entre nadar en el mar y en aguas interiores, así como recomendaciones prácticas para quienes se inician en la disciplina o buscan mejorar su rendimiento en competiciones como los triatlones.
1. El ingreso al agua: un primer obstáculo
Entrar al mar desde la playa puede parecer sencillo, pero en competición se convierte en un momento estratégico. A diferencia de un lago o río, donde basta con lanzarse al agua, en el mar el nadador debe sortear olas, corrientes y fondos irregulares.
Algunos optan por entrar corriendo hasta alcanzar profundidad suficiente, otros prefieren zambullirse y avanzar con “inmersiones de delfín” antes de comenzar a nadar de manera convencional. La clave está en practicar la entrada para evitar perder energía o quedar mal posicionado desde el inicio.
2. Oleaje y visibilidad: la calma no siempre está garantizada
Los lagos suelen ofrecer aguas más tranquilas, mientras que en el mar es habitual encontrarse con olas y oleaje constante. Esto exige un mayor control de la respiración y una técnica flexible.
Además, la visibilidad se ve comprometida: levantar la cabeza con frecuencia para orientarse (avistamiento) se vuelve necesario, aunque implique gastar más energía. Los nadadores deben entrenar la capacidad de mantener brazadas estables incluso en condiciones adversas.
3. Corrientes marinas: navegar sin perder el rumbo
Una de las principales dificultades del mar son las corrientes. Mientras que en aguas interiores la navegación es relativamente sencilla, en el océano el nadador puede desviarse sin darse cuenta.
Para contrarrestarlo, es esencial realizar avistamientos periódicos, nadar en diagonal si la corriente lo exige y evitar que los pies caigan demasiado, lo que ralentiza la progresión. La orientación se convierte en un ejercicio tan importante como la propia brazada.
4. Respirar en ambos lados: una habilidad indispensable
En aguas tranquilas, muchos nadadores se acostumbran a respirar siempre hacia el mismo lado. Sin embargo, en el mar esta limitación puede ser un problema. El oleaje, el reflejo del sol o incluso perder de vista la costa pueden desorientar a quien solo respira por un lateral.
La respiración bilateral, acompañada de un ajuste técnico en el movimiento de brazos para evitar engancharse en las olas, es fundamental para mantener el control y la dirección.
5. La dinámica de grupo: más distancia, menos roce
En ríos o lagos es común aprovechar la estela de otros nadadores para conservar energía. En el mar, en cambio, las olas pueden descolocar el ritmo y provocar choques constantes.
Por eso, se recomienda mantener una mayor distancia de seguridad, utilizar gorros de colores brillantes para mejorar la visibilidad y evitar incidentes que puedan afectar al rendimiento propio o de otros competidores.
6. El regreso a la orilla: técnica y estrategia
Salir del agua también implica retos. Muchos nadadores cometen el error de dejar de bracear demasiado pronto, intentando correr cuando aún el agua les llega a las rodillas.
El consejo de los expertos es practicar varias técnicas de salida: desde el “body surf” aprovechando una ola, hasta inmersiones de delfín para ganar metros antes de ponerse de pie. La elección dependerá de cada playa y de la experiencia del nadador.
7. La sal y la piel: un enemigo silencioso
El agua salada puede causar rozaduras más severas que el agua dulce. El uso de lubricantes específicos en cuello, axilas y entrepierna, así como vaselina en puntos de fricción, resulta casi obligatorio en pruebas largas.
Los hombres deben prestar especial atención a la zona de la barba, que al rozar con el neopreno puede provocar irritaciones dolorosas.
8. Sol y exposición: la importancia de protegerse
Al ser un deporte al aire libre, la natación en el mar expone al deportista a largas jornadas bajo el sol. El uso de protector solar resistente al agua antes y después del entrenamiento es esencial, ya que las quemaduras pueden afectar no solo el rendimiento sino también la salud a largo plazo.
9. Encuentros inesperados: medusas y fauna marina
Aunque no es lo habitual, la presencia de medusas en algunas playas puede sorprender a los nadadores. La mayoría de las picaduras son leves y no impiden continuar, pero es fundamental conocer cómo reaccionar si se produce una respuesta alérgica grave.
10. Condiciones del terreno y del clima
En algunas playas, el inicio de la carrera puede darse sobre guijarros o piedras. En esos casos, unas chanclas hasta la línea de salida evitan lesiones innecesarias.
Además, aunque el mar se asocia al verano, sus aguas suelen ser más frías que las de ríos y lagos. Esto exige planificación: llevar neopreno cuando el reglamento lo permita, usar doble gorro e incluso contar con ropa de abrigo para después de la prueba.
Conclusión: un desafío que exige preparación
Nadar en el mar no es simplemente trasladar la técnica de piscina o lago a un escenario más amplio. Requiere adaptación, práctica en condiciones reales y una mentalidad flexible para responder a imprevistos.
La combinación de oleaje, corrientes, visibilidad reducida y factores ambientales hace que cada salida al mar sea diferente. Para los triatletas y amantes de la natación en aguas abiertas, dominar estas variables no solo mejora el rendimiento: también convierte la experiencia en un verdadero encuentro con la naturaleza.
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