Todo comienza a cinco minutos del inicio cuando vamos a la cámara de salidas. Yo quería ponerme entre 60 minutos y 70 pero por apurar hasta el final nos quedamos en menos de 80. Primeros nervios reales… música alta, el speaker anima y todos esperamos el bocinazo. Me emociono pensando en dónde estoy, en lo que me ha costado llegar hasta allí, en todo lo sacrificado… Es la frase hecha pero con solo estar allí me siento ganador. El bocinazo de salida corta el sentimentalismo y todos al agua.
A partir de ahí y durante 250 metros… golpes , toques, ansiedad y angustia. Nada nuevo y que no supiéramos que iba a pasar. El agua está perfecta de temperatura, así que toca aguantar… Al giro de la primera boya y con mucho golpe acabo al otro lado de las corcheras donde hay mucha menos gente… Nado por allí un rato bastante cómodo hasta que desde una piragua nos dicen que nos pasemos al otro lado. Continúo y se me hace muy corto el lado largo del circuito, hasta el primer giro, nadamos más y ahora me parece que vamos contracorriente porque se alarga demasiado la vuelta de natación.
Me voy a por la bolsa de la bici, toca vestirse. Me quito la arena como puedo y mientras me embadurna de crema un voluntario me pongo las zapatillas de ciclismo, el casco, cojo nutrición y voy a por la bici y me dirijo a la salida. Toca pedalear y para mi empezaba el Ironman de verdad. La bici nunca ha sido mi fuerte y pensaba que iba a sufrir. Empiezo bastante suave y me pasan las cabras y las ruteras pero intento estar tranquilo. El paisaje de Lanzarote hace que no puedas aburrirte ni un momento. Timanfaya parece la luna y no sabes dónde mirar pero junto a Rubén, un conocido de Madrid, ruedo entretenido a veces juntos y otras vigilándonos en la distancia hasta que acaba marchándose por delante junto con una triatleta que le robó el corazón y a la que yo le hubiera robado la bici (sin que me oiga mi Giant Propel que me tiene totalmente entregado).
Continuamos por la zona volcánica y mientras va subiendo mi velocidad media, no sé cuántas veces me puedo decir que soy un afortunado. “Un enorme afortunado” para más señas… Pienso dónde estoy mil veces y mil veces y en todas se me encoge el corazón y asoman las lágrimas. El paisaje cambia cuando nos dirigimos a Famara pasando por pueblos típicos canarios y cuando empieza lo duro, tras coronar Teguise, el sol y el viento hacen acto de presencia y la carretera se empinaba. Pero tenía ganas y me encontraba bien. Con la bici adelantaba a poderosas cabras que cuesta mover hacia arriba y subo a ritmo mientras que un compañero de la Gomera me reconoce por el blog y charlamos subiendo el puerto. Son regalos del Ironman y del blog. En el avituallamiento especial paramos. Me tomo mi sandwich de Nocilla (¡Cuanto tiempo sin tomar nocilla!) recargo agua y empieza la bajada..
Primeras curvas bajando hacía Haria con mucho viento e intentado controlar ala bici. Se coge bastante velocidad y hay que frenar, tomar el giro, volver a dar pedales, hasta que en la tercera curva al hacer un giro en V… al suelo. Una ráfaga de aire pilla por sorpresa y cuando me doy cuenta tengo la bici casi tumbada e imposible enderezarla. Te cagas en todo y lo primero que haces es coger la bici de mitad de la carretera. Parece que está bien, recojo los botes que se quedaron por mitad de la carretera y ahí es cuando veo que el mono era bonito pero no de hierro (logicamente) y que yo solo sufro chapa y pintura.
Con miedo en el cuerpo el objetivo ya solo es coronar Mirador del Río y bajarlo sin incidentes. La subida la recordaba dura pero la salvo bien y arriba me limpio algo las heridas de las manos, del hombro y me concentro en la bajada. Mucho aire también, colchonetas en alguna curva por si alguien se pasa de largo y precaución. Nunca he bajado bien, soy bastante cagón así que no arriesgo lo más mínimo y, aún así, cuesta dominar la bici en ocasiones. Veníamos preparados para algo duro así que la caída no puede cambiar los planes.
Durante buena parte del recorrido me custodian dos amigos con los que hablo poco pero a los que escucho evadiéndome del horno en el que estábamos. 16:30h, 32 grados y ni una mísera sombra no es el momento ideal para hacer un Maratón así que cualquier divertimento es poco. En el K10 o así me encuentro a mi padre por sorpresa y me alegro, le pregunto qué hace allí porque en principio no iba a estar y le doy un abrazo. Sigo corriendo hasta llegar a la Charca de Arrecife que me cuesta dar la vuelta como si fuera el maldito globo terráqueo. Sol, ni una sombra, gente en las terrazas y en el avituallamiento me dan el agua caliente y no tienen hielos, me cabreo y me enfado solo, sin motivo y no es culpa de los voluntarios pero… Lo siento. Una corredora me da un poquito de huelo y me refrigero… Compañerismo. Toca volver a Puerto del Carmen.
De nuevo soledad, calor, algo de viento. Sigo corriendo, toca entrar en el aeropuerto de nuevo, vuelta al infierno. Ahí me cruzo con Juan Tri Run a quien había conocido la noche anterior y se convierte en mi compañero de carrera hasta la meta. A veces juntos, otras uno un poco por delante o por detrás, pero nos animamos y apoyamos. Celebramos salir del aeropuerto sabiendo que no volveremos a pasar por allí, tratamos de correr en ciertos puntos y en otros andamos. Nos contamos nuestra vida, obra, milagros y se convierte en un gran apoyo. Yo también trato de ayudarle en una carrera que no salió como esperaba y en la que ya llegar es un triunfo.
Nos animamos cuando queda poco para dar la segunda vuelta y ya se escucha la megafonía y se ve el arco de Red Bull y los voluntarios me ponen la pulsera en el brazo con la que tanto tiempo he soñado… Los últimos 12K son un sufrimiento triunfal. Sigo con Juan más o menos a la par y noto un apoyo impresionante y que me desborda de muchos corredores y público que anima en la prueba. Imposible agradecer tanto cariño…. Mucha mucha gente que lee el blog, lo conoce o me
Con Juan doy la vuelta al giro en el 6 y enfilamos los últimos seis. Esta carrera ya no nos la quita nadie…. Caminando y corriendo no puedo parar de sonreír y de dar las gracias y de sonreír de nuevo, y así en un bucle infinito hasta que de repente me quedan mil metros para llegar a meta, el sol se empieza a ocultar y me quito la gafas… Maldita emoción y aún no estoy en meta. Veo a Tito a quien choco la mano y comienza a seguirme, veo a Isa y le doy un beso, esto es de los dos, mientras me acompaña unos metros hasta pisar ya la alfombra con la M de Ironman. Saludo a mis amigos, y tengo el arco a 20 metros. Puños en alto, salto, sonrío, y estoy en justo donde quería estar hace dos años. Lo he conseguido, lo hemos conseguido superándolo todo y disfrutando como nunca.
Cruzo el arco de meta, cojo la cinta y la agito. Me ponen la medalla y ya soy finisher, soy un Ironman. Pero sobre todo sobre todo, soy Feliz.
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