En el triatlón, los números forman parte del aspecto técnico, tanto que forman parte de la identidad de este deporte. Quien entrena para competir en larga distancia conoce de memoria su FTP, su VO2Max, los ritmos que puede sostener en carrera y los vatios que es capaz de mover cuando la competición exige apretar. Son datos que nacieron como herramientas para planificar entrenamientos y evitar el sobreesfuerzo, y que, en la actualidad, ya se han convertido en una especie de lenguaje común entre todos los agentes que participan en este tipo de competiciones (triatletas, entrenadores y preparadores físicos).
En los últimos años, esta cultura de la métrica ha empezado a influir en un espacio que hasta hace poco parecía ajeno al triatlón como es el análisis predictivo aplicado a apuestas online. Aunque el triatlón no mueve aún el mismo volumen de pronósticos que el fútbol o el tenis, sí existe un creciente interés por traducir esos parámetros fisiológicos y de rendimiento en probabilidades de éxito en carrera. Y tiene sentido, puesto que quien domine los datos podrá anticipar tendencias y tener éxito en sus predicciones.
La clave está en entender que el triatlón es un deporte extremadamente sensible a la carga acumulada. La diferencia entre rendir al máximo o quedarse clavado suele estar en detalles como la disponibilidad de glucógeno, la eficiencia técnica o la capacidad de gestionar la fatiga en calor. Por eso, muchos analistas que provienen del entrenamiento deportivo han comenzado a observar patrones: ¿cómo rinde un atleta cuando encadena tres competiciones en seis semanas? ¿Qué impacto tiene una bajada temporal en la potencia en el sector ciclista sobre el ritmo de carrera? ¿Cómo influye una transición demasiado rápida o demasiado lenta en el resultado final?
Estas preguntas ya son conocidas para los entrenadores, pero ahora lo son, también, en el contexto de los pronósticos deportivos. En el triatlón profesional, datos como los que ofrece la PTO, TrainingPeaks o plataformas como Strava Segment Analysis permiten detectar tendencias que, bien interpretadas, pueden ofrecer indicios sobre quién llega en mejor estado de forma real, aunque no lo parezca en redes sociales o declaraciones.
Sin embargo, el triatlón tiene un margen de imprevisibilidad que lo diferencia de muchos deportes y que no se basa solo en los números. Un pinchazo en la bici, un día de viento racheado en el segmento ciclista o un error en la estrategia de hidratación pueden tirar por tierra cualquier modelo matemático. La realidad competitiva siempre guarda espacio para lo inesperado, y esa es, en parte, la magia y el encanto del triatlón.
Por eso, más que “predecir”, lo que hacen muchos analistas es estimar y contextualizar. Un ejemplo claro: un atleta que ha mejorado 10-15 vatios de FTP en los últimos tres meses puede estar en un gran momento, pero si esa mejora se ha logrado aumentando el volumen a costa del descanso, es probable que llegue más fatigado de lo que muestran los números. La interpretación, aquí, es tan importante como el dato en sí.
Quizá lo más interesante de este fenómeno sea que refleja algo profundamente triatleta como es la búsqueda constante de entender el rendimiento, de analizar lo que a simple vista no se ve y de convertir la experiencia deportiva en conocimiento útil. Tanto en el entrenamiento como en cualquier intento de pronóstico, el objetivo es el de comprender cómo y por qué un atleta rinde cuando se enfrenta al límite.
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